LA ENTRAÑA PERSONALISTA DEL CRISTIANISMO


LA ENTRAÑA PERSONALISTA DEL CRISTIANISMO 

OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL. Teólogo 

1. La persona, antes que una categoría filosófica fruto de una reflexión teórica, es fruto de una experiencia histórica. Se tematizará en los primeros siglos de la Iglesia con motivo de las controversias cristológicas y trinitarias; y se perfeccionará en el pensamiento moderno como teoría. Pero como experiencia vital tiene su raíz en la historia religiosa tal como nos es atestiguada por la Biblia de forma suprema. Existe donde tal experiencia se da y desaparece donde no existen los elementos históricos y los presupuestos metafísicos de ella. 

2. El acto desencadenante de esta experiencia es una llamada, un envío, un encargo, una misión y una responsabilidad, que rompen el universo cerrado del hombre y le abren a otro espacio, que llamará trascendencia, Eterno, santidad, Dios. Alguien se hace presente y evidente, aun en su incognoscibilidad, sacando al hombre de su vida, de su patria, de su familia, desarraigándose de una tierra vital e implantándose en otra. 

3. La figura de Abraham es el exponente inicial de la historia bíblica hecha de una palabra divina que suscita una respuesta humana, en la que él llega a sí mismo justamente por la relación que alguien de más allá y más alto que él ha iniciado gratuita y libremente con él. 

4. En el inicio de esta experiencia fundante de la categoría de persona están dos sujetos: uno que llama y otro que es capaz de ser llamado; por ello las categorías de relación y de autonomía surgen así coextensivas y como constitutivas de la categoría de persona, ya que desde la relación instaurada desde fuera surge en el hombre la conciencia de ser alguien y a la vez le hace posible y necesaria la respuesta que tiene que dar desde sí mismo y por sí mismo. Se es llamado en persona para ir a otras personas. Por eso no existe el individuo como absoluto. Existe el uno y los otros; el yo y el prójimo como tú constituido y constituyente. Desde aquí aparece la distancia que existe entre la experiencia bíblica de la persona (relación- autonomía) y aquella experiencia moderna de la autonomía centrada en la absolutez de la propia libertad y del individuo sin prójimo, en su soledad. 

5. Ser llamado con el nombre propio equivale a ser identificado y a tener que identificarse ante quien llama, en la respuesta, reclamando a su vez el nombre del que le llama, para que la relación se prolongue y explicite en el diálogo. La conciencia de la infinita diferencia cualitativa entre el que nos llama (santidad) y nuestra realidad convierte ese diálogo en oración. La oración es así el lenguaje específico del ser personal religioso. Tener nombre, tener rostro, tener palabra es así lo inicial y esencialmente constituyente de la persona. 

6. Las palabras que están en el subsuelo de la experiencia personal tal como ella aparece en la Biblia son éstas: nombre y nominación, llamada y respuesta, vocación y misión, cualificación para realizar esa misión con responsabilidad hasta llevarla al final y dar razón de ella ante quien la encargó. La experiencia de la realidad personal del hombre, tal como la vemos nacer en la Biblia, puede oscurecerse, volverse ambigua o incluso absolutizarse al margen de su contenido teológico originario y convertirse en una categoría antropológica válida por sí misma. El cristiano no se opondrá a ese uso autónomo e incluso colaborará con quienes lo reclaman, pero no dejará de dar testimonio de ese origen teológico y preguntará hasta cuándo se podrá mantener esa brasa ardiendo, sin el fuego teologal que la encendió. ¿Se mantendrá el hombre erguido y sereno, esperanzado y alegre, cuando sólo tenga ante sí como su único futuro: su finitud, su soledad y su muerte? La libertad se funda y mantiene en un amor previo y posterior tanto a la finitud como a la culpa del hombre. La persona es constitutivamente alteridad; y una realidad personal con pasión de infinitud sólo llega a sí misma cuando esa finitud se le revela con rostro personal, como amor y solidaridad de ser y destino. 

7. Así surge en el hombre la conciencia de ser alguien, de ser consistente para responder y llevar a cabo una empresa, de diferenciarse de las cosas, de los animales y de las máquinas; de tener que responder y ser responsables. Éstas pueden hacer pero no pueden responder ni ser responsables. La Biblia se abre con tres personajes: Dios creador, hombre creado a su imagen, resto de la realidad. Los tres son inconfundibles. Confundirlos en la hybris, desmesura, culpa, o en el olvido y trivialización de unos u otros, es el principio del caos. El ser primero del hombre, no cronológicamente sino ontológicamente es su condición de imagen de Dios, llamado a ser semejante a él por la libertad y creatividad de que ha sido dotado por Dios, quien por generosidad absoluta le ha llamado a ser, a obrar, a crear. La envidia es sólo propia de los dioses, ídolos y hombre, nunca del Dios vivo y verdadero. 

8. Cada persona es así un absoluto porque tiene su nombre propio, su lugar en el mundo, su misión por cumplir, su palabra propia ante Dios con un nombre que sólo ellos dos saben. Lo que el Apocalipsis dice del final de la historia vale ya desde el principio: «Al que venciere le daré un maná escondido y le daré una piedra blanca y en la piedra, escrito, un nombre nuevo, que a nadie le es conocido sino aquel que lo recibe». 

9. La Biblia ofrece una cadena de personajes (Abraham, Moisés, Elías, Jeremías, Oseas, Juan Bautista, y todos los del NT) que viven en relación permanente con Dios, en atenimiento a su llamada, en fidelidad a la palabra que les es dirigida, en el cumplimiento de esa misión, haciendo del quehacer encargado su ser personal. En ellos la misión configura la persona y se llega a ser persona en el cumplimiento de esa misión, porque no hay una materia, cuerpo, o consistencia objetivo al margen de ese encargo de Dios, y no hay una autonomía que no se ordene a esa relación con Dios y a esa misión que hay que cumplir en una historia. 

10. Esa lógica de la personalización de la vida humana logra su punto cumbre en Jesús de Nazaret, en quien filiación, persona y misión coinciden. El Hijo eterno es relación subsistente y en ella es constituido por el Padre, constituyendo a su vez al Padre y al Espíritu. Ese Hijo eterno expresa y realiza su filiación en el tiempo mediante una naturaleza y un destino humanos que suscita al asumirlos y asume al suscitarlos, en los que vive una historia de relación con el Padre como destino solidario con los demás hombres como hermanos. Su filiación eterna se prolonga en la misión personal y ambas constituyen su persona, de forma que no hay un Hijo que no sea el enviado y no hay un enviado que no sea aquel cuya misión es ser redentor. El cristiano es persona en la medida en que comparte esa filiación, se hace receptivo a esa acción redentora y santificadora, y se deja transformar por el Espíritu Santo en una humanidad complementaria en la que Jesús siga realizando y extienda a toda la historia, geografía y cronología, su misterio. 

11. La Iglesia es el lugar concreto donde perduran esas llamadas de Dios a los hombres, en una diversidad admirable que permite a cada uno de nosotros oír una voz propia con la que identificarnos, a la vez que identificarnos sobre todo con la persona de Cristo que se hace Palabra, Sacramento, Testimonio y Misión para la vida del mundo. No hay un yo sin los otros. 

12. El cristiano es así aquel que vive delante de Dios y anda en su presencia; que cuenta con que Dios puede llamarle y encargarle una misión; que reconoce en Abraham el paradigma de su itinerario creyente. De manera única y suprema encuentra en Cristo la doble palabra: la de Dios en el hijo que desciende y se dirige a él, a quien tiene por tanto que oír; y la palabra del hombre Jesús que se vuelve y devuelve a Dios, portando como pionero de la humanidad nuestra palabra, nuestra historia y nuestro destino ante Dios. La Carta a los Hebreos es el testimonio completo de esta doble mediación de Jesús para con los hombres: la mediación descendente del Hijo que es el resplandor de la gloria del Padre e imagen de su substancia, a la vez que el que sudó sangre por nosotros y con poderoso clamor y lágrimas se puso ante el Padre por todos aquellos a quienes llamó hermanos. Tal es el misterio de Jesús y tal es el misterio de nuestra existencia. Eso es ser persona en cristiano. Tal es la raíz de nuestra comprensión personalista, que luego filosofías posteriores interpretarán con la ayuda de aportaciones filosóficas, jurídicas y sociales, tanto de otros sistemas como de experiencias humanas derivadas de formas de vida. 

Tal es la entraña personalista del cristianismo





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