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Sí que me ha sorprendido, aunque no debería, pues es algo habitual,
el distinto tratamiento que se ha otorgado
a estos supuestos dos bandos de jóvenes
según el medio al que uno se acercara.
Una vez más las dos Españas.
Si en unas cabeceras los laicos indignados aparecen adornados siempre
con un aroma heroico y nostálgicamente revolucionario,
en las cabeceras opuestas se les pinta de vándalos, vagos y radicales,
o como mucho y tirando de paternalismo, de inanes.
Lo mismo sucede con el tropel de cristianos, pero a la inversa;
en los medios progres no representan otra cosa que la continuación de la charada vaticana,
y poco o ningún respeto se muestra hacia sus creencias más profundas,
mientras que en la otra orilla
representan lo mejor de una juventud
no abducida por los virus del consumismo, el sexo o las drogas.
Sin haber pasado por la Puerta del Sol, ni siquiera de visita,
desde que empezaron las lícitas e indignadas concentraciones,
ni haber participado en la también lícita demostración de fervor religioso,
presumo, así desde lejos, que algo más o algo menos debe de haber en todo este asunto
y me fatigo al observar cómo en este país siempre y todo
se divide en dos nada más nacer,
y cómo una y otra vez nos condenamos
a partir a cada niño en dos con una espada
para descubrir a la madre verdadera.
Y me pregunto si algún día se podrá asistir a una noticia,
la que sea,
sin que nos recen un cura de pueblo y un marxista de pega,
simultáneamente,
dos salmos diferentes,
pero sospechosamente parecidos en su trivialidad,
uno en cada oreja.
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