En la actualidad hay una lucha abierta entre dos modelos de organización económica, social y política para el mundo. Por un lado, el modelo del capital financiero especulador internacional caracterizado por inversiones a corto plazo, especulativas y sin ningún control ni regulación con el único objetivo de maximizar los beneficios de sus gestores sin límite de valor ético, deslocalizado, sin compromiso medioambiental, ni con el bien común y el interés general de la sociedad. Y, por otro, el modelo del capital social e institucional, cuyo corazón se encuentra en los sindicatos de clase en estrecha alianza con la economía social y las Corporaciones locales como Administraciones vinculadas a las poblaciones enraizadas en sus territorios, caracterizado por una visión a largo plazo, con el objetivo de satisfacer las necesidades sociales, reguladas y vinculadas con el bien común y el interés general. A la rentabilidad y productividad de los propietarios del capital financiero especulador se le contrapone la rentabilidad y productividad social y la competitividad de los territorios cualificando a su población que se desarrolla mediante la innovación endógena, haciendo compatible el bien público con el bien privado de sus habitantes.
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