Blog casi a vuela tecla de uno que enseña eso de Educación para la Ciudadanía y Educación Ético Cívica... con el vocabulario de las asignaturas.
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ÁFRICA, LA EMERGENCIA HUMANITARIA DE LAS MIL CARAS
África, la emergencia humanitaria de las mil caras
Se acaban de cumplir seis meses desde la declaración de hambruna en el Cuerno de África. Un total de 13,3 millones de personas en el Sahel corren un grave riesgo de muerte por desnutrición. Unicef ha solicitado a la Comunidad Internacional un total de 600 millones de dólares para poder financiar su actividad respecto a las llamadas 'emergencias silenciosas'.
Mortalidad infantil en Sudán del Sur
La República de Sudán del Sur, nacida el 9 de julio de 2011, es el país más joven del mundo, aunque no ha tenido una vida apacible. Los continuos ataques del Ejército de la Resistencia en la frontera con Sudán del Norte, han provocado que miles de familias abandonen sus casas. La carencia de alimentos, junto con los permanentes conflictos armados, hacen del joven país uno de los más pobres del mundo.
Faride Rumba puede considerarse afortunada por haber podido dar a luz a su pequeña en un hospital. La representante de Unicef en esta nación, Yasmin Ali Haque, explica que es un país en el que, el mero hecho de nacer, ya es una actividad arriesgada. "Los partos son atendidos por asistentes sin formación, en una cabaña donde no se pueden tomar las medidas necesarias para evitar infecciones. Tampoco se pueden afrontar situaciones de emergencia que podrían acabar con la vida del pequeño o la de su madre".
Alrededor de 30.000 personas han llegado a Sudán del Sur en los últimos meses. Hay familias que viven en campamentos de tránsito habilitados para los que regresan del Norte. Lo habitual es que lo dejen pronto, pero muchas se quedan porque no tienen adónde ir. Esta realidad supone una especial amenaza para los niños, que se vuelven todavía más vulnerables. "Los separan de sus familias, y la escuela, los servicios sociales y la economía familiar se interrumpen", explica Ali Haque. Unicef y sus aliados tratarán de levantar un Estado en el que el respeto por los niños y los derechos de su población sean una prioridad, para lo que serán necesarios 62 millones de dólares.
Niños soldado en el Congo
El conflicto armado que asola el este y noreste de la República Democrática del Congo (RDC), sumado a la carencia de infraestructuras de servicios sociales, hacen de este país uno de los más necesitados del mundo. Y también de África. Después de Somalia, es la región que más ayuda económica necesita: 144 millones de dólares. Con ellos intentarán solucionar los problemas de seguridad que, de manera especial, sufren los niños. Uno de ellos es Raúl, secuestrado en 2008 por el Ejército de Resistencia del Señor (LRA) a los 11 años.
Tres años después ha vuelto a casa, traumatizado por las matanzas que le obligaron a cometer, y los horrores que tuvo que presenciar. "No me atrevía a negarme a asesinar a nadie. Un amigo mío lo hizo y terminó muerto". Desde que los ataques del LRA comenzaron, en 2008, cientos de menores han sido capturados para después usarlos como soldados o como esclavos sexuales.
Unicef y su aliado en RDC, COOPI, han asistido, entre 2008 y 2010, a más de 1.500 niños asociados con grupos armados en Dungu, en el este del país. "Han sido testigos de situaciones espantosas. Nuestro deber es escucharlos para tratar de quitarles el trauma. Necesitan atención psicológica para poder integrarse otra vez en la sociedad, y que sean capaces de llevar una vida normal en el futuro", explican desde la ONG.
Ablación en Etiopía
"Cuando aquella persona iba a realizarme la escisión genital, me taparon los ojos y me ataron las manos. Una vez libre, golpee al que me lo hizo". Así cuenta Maeza cómo vivió su mutilación. Tenía 7 años. La ablación es ilegal, pero más del 70% de las etíopes ha pasado por ello. La mayoría practicadas por médicos profesionales. Y es que, sobre todo en zonas rurales, creen que la mutilación es lo mejor para las mujeres.
Esta falta de conocimiento, y sus fatales consecuencias, constituyen el núcleo del problema que, tanto Unicef, como la Unión Europea, quieren atajar. El representante de la ONG en Etiopía, Ted Chaiban, cuenta que están llevando a cabo un programa educativo. Con él están provocando un cambio social que, junto con las labores orientadas a paliar la hambruna y la falta de higiene, estiman que cueste alrededor de 88 milones de dólares.
"Nos centramos en el diálogo comunitario. Hablamos con líderes religiosos, jefes ancianos y mujeres, para explicarles los riesgos que la mutilación conlleva". Una vez concienciados, las comunidades celebran una ceremonia de abandono. Mediante este acontecimiento simbólico, y muy visual, todos se comprometen públicamente a ponerle fin a esta cruel práctica.
Enfermedades curables en Kenia
En los últimos meses, cientos de miles de refugiados de Somalia han colapsado los centros de refugiados de Kenia. Consigo, no solamente llevan su pena, su miedo y su hambre. Llegan acompañados de enfermedades curables, pero letales, y de una acusada falta de información. En el campo de Dadaab, son el sarampión y la polio las dolencias que amenazan la vida de los somalíes.
La especialista de Unicef en Somalia, alerta de que "la mayoría de los refugiados recorren una larga distancia. Llegan hambrientos y deshidratados". Un estado que deja a los niños especialmente indefensos frente al contagio de enfermedades. "Tenemos vacunas suficientes para 200.000 menores de 5 años" –cuenta la jefa de operaciones del Comité de Rescate Internacional-. Unicef ha solicitado un total de 47 millones de dólares para tratar de erradicar estas enfermedades.
Otro de los problemas, al margen de la financiación, reside en que muchos de los padres nunca han escuchado hablar de la vacunación, y algunos de ellos no se fían. No fue el caso de Kadyo Hussein, una refugiada somalí, madre de varios niños. "Nunca había oído hablar de esta práctica en Somalia. Hoy me han contado que es importante para inmunizar a mis hijos, así que he aceptado". Ha entendido que la única manera de atajar una catástrofe, pasa por vacunar cuanto antes a los más pequeños.
Educación en Somalia
Una de las consecuencias que sufren los somalíes por abandonar su país, es la de la carencia de educación. Desde septiembre del año pasado, 155 escuelas de desplazados a Mogadiscio han dado servicio a casi 40.000 niños. Uno de los maestros cuenta que "hacen turnos porque solo tenemos dos aulas. Unos están de mañana y otros de tarde. También se turnan el material escolar. No hay para todos".
Esta situación contrasta con la tónica general en Somalia. Se calcula que 1,8 millones de niños entre los 5 y los 17 años han dejado de ir al colegio en el sur y en centro del país. Y, según advierten desde Unicef, esta cifra puede aumentar drásticamente si no se toman medidas urgentemente. Según datos de la ONU, Somalia es el epicentro de la crisis humanitaria africana. Una sequía y una hambruna salvajes están matando lentamente a su población. Por eso Unicef ha pedido a la comunidad internacional casi 300 millones de dólares para poder actuar sobre ellas.
La falta de formación es una de las consecuencias de la hambruna; una de las más terribles, porque los sumerge en una espiral de misera de la que difícilmente se puede salir. Afortunadamente, la oficial de educación de la ONG para la emergencia en Somalia, Lisa Doherty, cuenta que ya hay planes de reapertura de escuelas para septiembre. "Probablemente tendremos que contratar y formar muy rápidamente a profesores para que ocupen los puestos de los que se han ido", explica. Una cifra que se estima que ronda el 50%, ya que ellos mismos han tenido que salir en busca de ayuda.
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Una sociedad de solitarios
Una sociedad de solitarios
Ángel Gabilondo
La soledad, incluso silenciada, sigue de actualidad. Atraviesa de modo determinante la sociedad. Estamos más solos de lo que deseamos reconocer. Solitarios conectados, con mucha información y poca comunicación, no está claro que nos encontremos. Ello tiene efectos decisivos en múltiples aspectos. Y no hemos de olvidar que su alcance es también literalmente político.
Ignorar la soledad, dando por supuesto que no es significativa socialmente y que es un mero asunto personal, agudiza el aislamiento y acentúa una vez más la percepción de que lo político sólo es una cuestión pública, o lo que es peor, que lo público no afecta ni incide en lo singular, sobrevolando de modo insensible nuestra situación. No hablamos de ninguna voluntad de intromisión en la intimidad o en la esfera de lo más propio, pero insistimos en que esta soledad personal tiene raíces y consecuencias sociales y públicas.
Olvidar que en numerosos pueblos y ciudades muchísimas personas viven y se sienten solas, incluso desamparadas, que los espacios comunes se agostan, que no pocos jóvenes no tienen entornos, contextos ni oportunidades para desarrollarse adecuada y colectivamente, que hay muchos niños que no encuentran hogar ni siquiera en su casa, que en múltiples trabajos priman condiciones de aislamiento y separación, que no siempre en las aulas queda garantizada la suficiente convivencia o integración, que a veces el combate por cuidar de la propia salud deja a algunos en situación de cierta indefensión, o que determinadas discapacidades no son suficientemente atendidas, confirma una soledad, otra soledad, la soledad social, la de quienes sólo reciben discursos compasivos, paternalismos, filantropías, pero no verdadera solidaridad.
Esa supuesta “atención” marca aún más la soledad, cuyo alcance, desde luego, no se agota en la presente mirada. No bastan los falsos alivios. Más aún, en ocasiones las grandes celebraciones o los múltiples intercambios no hacen sino ratificar un mundo con superpoblación de solitarios.
No se trata de pretender saldar políticamente la soledad. Hay una soledad constitutiva, en cierto modo insuperable, pero, incluso en tal caso, si es compartida, es extraordinariamente más llevadera. La fecundidad de determinada soledad buscada no impide, sin embargo, una sospecha que nos hace subrayar que no acabaremos ni de entender ni de afrontar en serio estas situaciones de abandono o de discriminación, de necesidad, si no asumimos que la soledad no es una simple situación individual y que hemos de reivindicar y realizar políticas explícitas para afrontar sus consecuencias y evitar su entronización social.
Más aún, en situaciones complejas, de crisis o de zozobra, el desamparo profesional o laboral, o la falta de formación podrían acentuar el aislamiento. Por ello se precisan estructuras, organismos, instituciones e instrumentos de solidaridad y de garantía y defensa de los derechos. No sólo para facilitar apoyos, subvenciones, indemnizaciones, remuneraciones, compensaciones, tan necesarios, sino para garantizar entornos sociales de afecto y de comprensión y de derechos sólidos. No simple asistencia, sino mayores condiciones, más dignas y más justas, de vida.
Frente a las estrategias de aislamiento, para hacer que uno se las vea solo y a solas, en un supuesto tú a tú, que, en situación de desigualdad y de poder, adopta formas de dominio, es preciso impulsar espacios comunes, compartidos. Nada une más, en todo caso, que luchar juntos por algo, que participar en un proyecto y en una tarea que no es sólo individual.
No basta el ánimo para afrontar la soledad social. No es suficiente con el soporte, asimismo necesario, para situaciones de dependencia, sino que lo decisivo es procurar los debidos requisitos para la máxima autonomía personal. El aislamiento social, personal, económico, obstruye la libertad. Sin esta autonomía personal no hay vías de desarrollo y se trata de crear condiciones para que sea posible la vida integral en común. Una sociedad de solitarios encerrados en sí mismos es una sociedad desarticulada e indefensa.
Se precisan instituciones y hombres y mujeres comprometidos. Acentuada una sociedad de solitarios, las decisiones y la responsabilidad de elegir y de implicarse requieren espacios compartidos, apoyos, participación; en definitiva, corresponsabilidad.
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Cada vez más solos... por elección
Cada vez más solos... por elección
Los hogares unipersonales crecen en España un 17% desde el inicio de la crisis
La mayoría están ocupados por pensionistas
Los sociólogos relacionan el fenómeno con el progreso económico
Internet y las redes sociales favorecen que vivir solo no equivalga a estar solo
Los 'singles' por voluntad propia son una avanzadilla
del nuevo formato de relaciones en el futuro venidero
¿No es bueno que el hombre esté solo? ¿Más vale solo que mal acompañado? Aunque el Génesis y el refranero popular no se pongan de acuerdo, lo cierto es que de 50 años a esta parte cada vez son más los hogares ocupados por una sola persona. Una tendencia que no ha podido frenar ni la crisis económica.
Se trata de un fenómeno global que los expertos relacionan con el progreso de los países. Esto es, a mayor nivel de desarrollo, mayor número de viviendas unipersonales. El sociólogo de la Universidad de Nueva York Eric Klinenberg acaba de publicar 'Going Solo: The Extraordinary Rise and Surprising Appeal of Living Alone' (algo así como "el extraordinario auge y sorprendente atractivo de vivir solo"). En él, destaca cómo, por primera vez en la Historia de la Humanidad, "un número importante de personas se asienta en solitario".
Según Klinenberg, en países como Alemania, Francia, Reino Unido o Japón, en torno al 40% de las viviendas están ocupadas por una sola persona, cifra que se eleva hasta el 50% en ciudades como París, y al 60% en Estocolmo.
En Estados Unidos las cifras no alcanzan las del viejo continente, si bien en ciudades como Atlanta, Denver, Seattle, San Francisco o Mineápolis, el 40% de las casas sólo tienen un inquilino. Y como prueba de la relación entre este incremento y el desarrollo económico, pone ejemplos como los de China, la India o Brasil, donde los hogares unipersonales crecen casi a la par que sus economías.
También en España
España no queda ajena a esta tendencia. En las últimas décadas, el incremento de los hogares unipersonales no ha cesado. Según cifras de la EPA (Encuesta de Población Activa), en diciembre de 2011, 3,4 millones de personas vivían solas en nuestro país. En su mayoría, población no activa (especialmente jubilada): hasta 1,89 millones.
Llama la atención que, desde el inicio de la crisis, el número de estos hogares no sólo no ha disminuido, sino que se ha incrementado, hasta el punto de que, según recoge la EPA, el número de hogares cuyo único inquilino pertenece al grupo de población activa ha crecido en 300.000, es decir, un 27%, hasta los 1,51 millones.
Este crecimiento es mucho mayor que el del total de viviendas. Si entre 2005 y 2007 éstas crecieron a un ritmo del 8%, desde el inicio de la recesión a la actualidad ha bajado la cadencia hasta el 6,5%, lo que se relaciona con el fin del 'boom' inmobiliario.
Sin embargo, en ese mismo espacio de tiempo, los hogares unipersonales han aumentado un 17,7%, hasta representar el 20% del total. El único aspecto en el que podría intuirse la crisis es en el número de viviendas cuyo único inquilino está parado: de 76.000 antes del inicio de la crisis, a 281.000 en diciembre de 2011, un 266% más.
A qué se debe este cambio
Son varios los factores que favorecen esta tendencia. En primer lugar, el incremento de la esperanza de vida. La población anciana cada vez es mayor, y si la salud y la pensión lo permiten, son muchos los que optan por vivir solos antes que con sus hijos o en una residencia. Para Klinenberg esa independencia es una "conquista social" respecto a las generaciones previas. Sin embargo, advierte también del riesgo que conlleva: el aislamiento y la muerte en soledad.
Las mujeres también tienen mucho que ver en este fenómeno. Su incorporación al mercado laboral ha favorecido su emancipación: ya no necesitan tener a un hombre al lado para subsistir, y si las cosas no van bien, divorciarse ya no es la opción impensable de hace años.
Klinenberg destaca además el papel de jóvenes o profesionales que no quieren compartir piso o comprometerse, que optan por retrasar la maternidad, y cuya solvencia económica les permite vivir solos. En Estados Unidos, cinco millones de personas entre los 18 y los 34 años no conviven más que consigo mismos.
Además, después de las parejas sin hijos, el tipo de vivienda más común en EEUU es aquélla en la que reside una sola persona: unos 30 millones, según datos publicados por 'The New York Times'. De ellos, 15 millones corresponden al grupo entre 34 y 65 años, en general viudos y divorciados. "Actualmente oscilamos entre diferentes 'arreglos'", explica Klinenberg. "Vivimos solos, convivimos, volvemos a vivir solos otra vez..."
Y luego está la revolución en las comunicaciones. Klinenberg insiste en que "vivir solo no es estar solo", y menos en la época de Internet y las redes sociales, que permiten mantener contacto permanente con otros. Ello, sumado a que vivir solo ya no estigmatiza, si no más bien al contrario, ha contribuido a que en el centro de las grandes ciudades cada vez sean más los 'singles', mientras que las familias se desplazan hacia el extrarradio.
Solos, del estigma al privilegio
Para Klinenberg, los 'solos' ejercen el papel de "dinamizador social". Revitalizan las ciudades y animan los espacios públicos. Tienden más que la gente que vive en pareja a salir a tomar algo, al gimnasio, a tomar clases de arte o de baile, a asistir a conciertos o al teatro, a asumir tareas de voluntariado...
"Para algunos profesionales", explica, "vivir solo es un signo de éxito y distinción, de libertad y de anonimato en la gran ciudad. Para personas recientemente divorciadas, es una manera de recuperar el control sobre su vida y tal vez de sentirse menos solo. Un mal matrimonio te puede hacer sentir más solo que vivir solo", argumenta Klinenberg.
"Vivir solo se relaciona con valores de la modernidad: la libertad, el control personal y la realización. Y en contra de lo que podría pensarse, fomenta la vida social. Paradójicamente, nuestra especie, siempre definida en función de su sociabilidad, se ha podido embarcar en la aventura de vivir solo gracias a que las sociedades se han convertido en interdependientes. Por ejemplo, los nuevos sistemas de comunicación nos permiten vivir solos pero estar en contacto con mucha gente cuando y cómo queramos", continúa el sociólogo.
Aunque algo exagerados, los grupos de amigos retratados en series como 'Sexo en Nueva York' o en la saga literaria 'Bridget Jones' son cada vez más habituales. Círculos compuestos por personas que tienen intereses en común, amistades muchas veces surgidas en entornos laborales en los que las jornadas son eternas.
Al mercado no le pasa inadvertido, como prueba la proliferación de los paquetes de comida individuales, las agencias de viajes y actividades para 'singles' o los muebles de Ikea ideales para casas en las que, por mucho que uno se empeñe en lo contrario, sólo puede vivir una persona.
¿Y la crisis?
En una época en la que la falta de empleo y las apreturas económicas obligan a muchas personas a regresar o permanecer en el hogar paterno, a compartir piso, y en la que los divorcios y separaciones se posponen precisamente por el coste que supone mantener dos casas... ¿Cómo se explica tal tendencia?
Klinenberg cree que la crisis precisamente provoca el efecto opuesto: frena a la gente a establecer vínculos familiares. Una coyuntura que no garantiza que uno pueda mantenerse a sí mismo lleva a huir del compromiso con otras personas. Y en las parejas establecidas, las estrecheces generan conflictos y provocan crisis y rupturas.
Para la socióloga del CSIC Margarita Delgado, "es indudable que muchos de estos hogares seguirán creciendo por la mortalidad", en referencia a las personas que enviudan. Sin embargo, recuerda que "la sociedad española y la estadounidense son muy diferentes, preferentemente en cuanto a su grado de emancipación. El sur de Europa presenta un retraso en el calendario de emancipación respecto al lugar origen. Y en su conjunto, la sociedad española no se parece ni a la nórdica ni a la estadounidenses en cuanto a proporción de jóvenes y edad de emancipación".
Desde el sector inmobiliario tampoco creen que ésta sea la tendencia. Según fuentes de idealista.com, en el segmento de pisos compartidos, hasta ahora copado por estudiantes, ha crecido la media de edad. Cada vez son más las personas jubiladas, paradas y divorciadas que optan por convivir con otros.
"También hemos comprobado que, en los últimos tres años, más familias ponen en alquiler habitaciones dentro de sus casas". Y proliferan los anuncios de "se alquila habitación en piso compartido con jubilado", en general personas viudas a las que la pensión ya no les da para vivir. Las estadísticas que manejan, lo corroboran: "En el último año la oferta de alquiler de pisos compartidos ha crecido un 180%, frente a un aumento del 80% en la demanda".
SOLOS POR ELECCIÓN
U.C. 48 años. Ha alternando periodos viviendo solo y acompañado.
"Vivir solo tiene la ventaja de que tienes el mando a distancia, puedes fumar en la cama y eliges la hora a la que te acuestas. Y si eres un buen gestor de las emociones, puedes tener una vida sexual activa. Evita adiposidad mental y combate la tendencia al aburguesamiento. Además aprendes a cocinar".
U.C. tiene muy claras las ventajas de vivir solo, si bien advierte: "Es un estado permanente de alerta naranja: como te descuides, no te comes un colín. Estás obligado a fomentar la vida social". "Hay que huir del miedo a la soledad y de la comida preparada, aumentar el consumo de antioxidantes y no tener prejuicios a la hora de conocer gente de diferentes índole, etnia... Todos los tabúes a la hora de relacionarse se borran de un plumazo", agrega.
"Los 'singles' por voluntad propia son una avanzadilla del nuevo formato de relaciones en el futuro venidero".
Yasmina J. Gámez. 33 años. 1,5 años viviendo sola.
Vivía con su pareja, se separó y, aunque se planteó compartir piso "por una cuestión económica", decidió "vivir con menos pero seguir sola". Prescindió, por ejemplo, de la persona que realizaba las tareas domésticas. Ahora gasta menos en luz y agua, pero más en teléfono.
Reconoce que, desde que se separó, pasa menos tiempo en casa, queda con más gente, "busco la forma de no estar sola". Aunque "mira" más el dinero que antes, invierte más en ocio, "pero de otra forma: salgo menos a cenar y más de cañas".
María José Fernández. 29 años. Tres años viviendo sola tras compartir piso durante ocho.
"Llega una edad en la que te replanteas tu vida. En mi caso, tenía trabajo, solvencia económica, y mis compañeras de piso hacían vida con sus parejas. Al principio temía poder sentirme sola, pero es todo lo contrario, porque al final paso la mayor parte del día en la oficina".
Como en el caso de Yasmina, María José sale más desde que está sola. "Antes tenía a mis amigas en casa, ahora quedo con ellas fuera. Invierto más en ocio y me relaciono más". Sin embargo, teme que vivir mucho tiempo sola pueda traerle problemas en el futuro a la hora de convivir. "Estoy acostumbrada a tener mi espacio, y lo noto mucho, por ejemplo, cuando visito a mis padres. Me molestan determinadas cosas, como que el bote de champú no esté colocado como yo suelo dejarlo".
Juan Antonio García. 72 años. Vive solo desde que enviudó, hace siete años.
Cuando falleció su esposa, ni se planteó cambiar de residencia. Continúa en su casa de toda la vida, la que con tanto esfuerzo compró en los años 70 en lo que entonces era un barrio periférico de Madrid. La misma casa en la que se criaron sus dos hijos.
"Tengo una buena pensión que me permite vivir, al menos hasta ahora, sin sobresaltos. Pago a una persona para que limpie la casa una vez a la semana", explica. De vez en cuando, sale "de fin de semana" con amigos, se va al pueblo, o a ver a sus nietos. "Cuando mis hijos, que viven fuera de Madrid, tienen que venir por algún asunto, se quedan en mi casa. Me gusta, pero lo que más me gusta es cuando se van", bromea.
Soledad Mateo. 63 años. Vive sola desde que enviudó.
Cuando falleció su marido, hace ya seis años, decidió vivir sola. A pesar de sus problemas de salud, prefirió tener su espacio, y, sobre todo, evitar perturbar la intimidad de sus hijos, que vivían con sus propias familias. De hecho, decidió permanecer en la ciudad a instalarse cerca de sus hijos para estar más cerca del médico, y así poder acudir ella sola, sin depender de nadie que la lleve.
Cuenta con una persona que acude semanalmente a su casa para realizar las tareas domésticas. Recibe una pensión de viudedad y otra de incapacidad que apenas suman 700 euros, pero prefiere "ir justa" y poder mantener su independencia.
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LOS NIÑOS ESCLAVOS
La inocencia interrumpida de los niños esclavos
En el mundo, unos 400 millones de niños viven en una situación de esclavitud, según las organizaciones y organismos internacionales que trabajan con menores
ABC. 16/04/2012
Mohammad Faisal tiene 12 años y trabaja para dar de comer a su familia. Para hacer frente a sus necesidades tiene dos trabajos en las carreteras de Bangladesh, uno repartiendo periódicos y otro conduciendo un minibús. Cada día gana un dólar. Bala tiene ocho años y pasa el día haciendo ladrillos para poder comer. Su familia, de cuatro miembros, hace cada día 1.000 piezas y ganan menos de cuatro euros entre todos.
Como Bala y Mohammad, millones de niños trabajan para ayudar sus familias todo el día por sueldos de miseria y sin posibilidad de ir a la escuela ni de desarrollarse personal ni socialmente. Son niños explotados.
Alrededor de 150 millones de niños de entre 5 y 14 años son, en la actualidad, víctimas del trabajo infantil, con mayor incidencia en el África subsahariana. Los adolescentes que trabajan excesivas horas o en condiciones peligrosas serán incapaces de completar su educación, afectando severamente a su capacidad de escapar de la pobreza. Según establece UNICEF, la evidencia muestra que «la prevalencia del trabajo infantil ha ido disminuyendo en los últimos años, pero continúa siendo una traba para el futuro de los niños».
La OIT estima que en todo el mundo, alrededor de 215 millones de niños menores de 18 años trabajan, muchos de ellos a tiempo completo. En el África Subsahariana uno de cada cuatro niños de entre 5 y 17 años trabaja, en comparación con uno de cada ocho en Asia Pacífico y uno de cada diez en América Latina. Aunque las cifras totales indican que más niños que niñas están involucrados en trabajo infantil, muchos de los tipos de trabajos en los que las niñas están involucradas son invisibles para la sociedad.
«El trabajo infantil refuerza los ciclos intergeneracionales de pobreza, socava las economías nacionales e impide el progreso hacia el logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio», denuncia UNICEF en el documento Final de 2010 sobre los Objetivos del Milenio. «No es sólo una causa, sino también una consecuencia de las desigualdades sociales reforzadas por la discriminación. Los niños pertenecientes a grupos indígenas o de las castas más bajas son más propensos a abandonar la escuela para trabajar. Los niños migrantes también son vulnerables a la mano de obra oculta e ilegal».
Ante esta situación, y con motivo de la celebración del Día contra la Esclavitud Infantil, multitud de organizaciones, entre ellas, Misiones Salesianas y la Confederación española de religiosos (Confer) detallan los lugares del mundo en los que la esclavitud infantil es más frecuente y advierten de que no se debe «abandonar a los niños esclavos» ya que «indirectamente, esta esclavitud entra a formar parte de nuestra vida de cada día». Pese a los años de lucha, la legislación internacional, las denuncias y los programas de apoyo a los niños en situaciones precarias, la esclavitud existe y sigue moviendo miles de millones de euros al año, denuncian las organizaciones.
En la India, son las fábricas de ladrillo. En Colombia, 10.000 menores trabajan en las minas de esmeralda. En Ecuador, hay 367.000 niños esclavos domésticos o prostituidos. El 38% de los menores en Perú sufren esclavitud en las minas de Suyo… Trabajos en minas, basureros, prostíbulos, en el servicio doméstico, en fábricas… son realizados por millones de niños cada día en situaciones de esclavitud.
El mapa de la esclavitud mundial
No solo el África subsahariana o la India son protagonistas de la esclavictud infantil. También hay esclavitud infantil en Brasil, donde los esclavos hacen el carbón usado en la fabricación de acero para automóviles. En Myanmar (Birmania) les dedican a la cosecha de caña de azúcar y otros productos agrícolas.
En China, los niños esclavos preparan explosivos y fuegos de artificio, mientras que Sierra Leona se surte de esclavos para extraer diamantes de las minas.
En la República Democrática del Congo, miles de niños son esclavizados y explotados en la extracción de la casiterita y coltán, elementos usados e indispensables para los PC, mp3, teléfonos móviles y un sin fin de instrumentos que cotidianamente usamos los que habitamos en el llamado «primer mundo».
En Benin y Egipto se calcula que un millón de niños son forzados a trabajar en el sector algodonero porque son más baratos y obedientes que los adultos.
Finalmente en Costa de Marfil, unos 12.000 niños recogen las semillas del cacao que se exportan para la elaboración del chocolate.
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TEXTO COMENTARIO DE TEXTO
31. Los problemas humanos más debatidos y resueltos de manera diversa en la reflexión moral contemporánea se relacionan, aunque sea de modo distinto, con un problema crucial: la libertad del hombre.
No hay duda de que hoy día existe una concientización particularmente viva sobre la libertad. «Los hombres de nuestro tiempo tienen una conciencia cada vez mayor de la dignidad de la persona humana», como constataba ya la declaración conciliar Dignitatis humanae sobre la libertad religiosa. De ahí la reivindicación de la posibilidad de que los hombres «actúen según su propio criterio y hagan uso de una libertad responsable, no movidos por coacción, sino guiados por la conciencia del deber». En concreto, el derecho a la libertad religiosa y al respeto de la conciencia en su camino hacia la verdad es sentido cada vez más como fundamento de los derechos de la persona, considerados en su conjunto.
De este modo, el sentido más profundo de la dignidad de la persona humana y de su unicidad, así como del respeto debido al camino de la conciencia, es ciertamente una adquisición positiva de la cultura moderna. Esta percepción, auténtica en sí misma, ha encontrado múltiples expresiones, más o menos adecuadas, de las cuales algunas, sin embargo, se alejan de la verdad sobre el hombre como criatura e imagen de Dios y necesitan por tanto ser corregidas o purificadas a la luz de la fe.
32. En algunas corrientes del pensamiento moderno se ha llegado a exaltar la libertad hasta el extremo de considerarla como un absoluto, que sería la fuente de los valores. En esta dirección se orientan las doctrinas que desconocen el sentido de lo trascendente o las que son explícitamente ateas. Se han atribuido a la conciencia individual las prerrogativas de una instancia suprema del juicio moral, que decide categórica e infaliblemente sobre el bien y el mal. Al presupuesto de que se debe seguir la propia conciencia se ha añadido indebidamente la afirmación de que el juicio moral es verdadero por el hecho mismo de que proviene de la conciencia. Pero, de este modo, ha desaparecido la necesaria exigencia de verdad en aras de un criterio de sinceridad, de autenticidad, de «acuerdo con uno mismo», de tal forma que se ha llegado a una concepción radicalmente subjetivista del juicio moral.
Como se puede comprender inmediatamente, no es ajena a esta evolución la crisis en torno a la verdad. Abandonada la idea de una verdad universal sobre el bien, que la razón humana puede conocer, ha cambiado también inevitablemente la concepción misma de la conciencia: a ésta ya no se la considera en su realidad originaria, o sea, como acto de la inteligencia de la persona, que debe aplicar el conocimiento universal del bien en una determinada situación y expresar así un juicio sobre la conducta recta que hay que elegir aquí y ahora; sino que más bien se está orientado a conceder a la conciencia del individuo el privilegio de fijar, de modo autónomo, los criterios del bien y del mal, y actuar en consecuencia. Esta visión coincide con una ética individualista, para la cual cada uno se encuentra ante su verdad, diversa de la verdad de los demás. El individualismo, llevado a sus extremas consecuencias, desemboca en la negación de la idea misma de naturaleza humana.
Estas diferentes concepciones están en la base de las corrientes de pensamiento que sostienen la antinomia entre ley moral y conciencia, entre naturaleza y libertad.
33. Paralelamente a la exaltación de la libertad, y paradójicamente en contraste con ella, la cultura moderna pone radicalmente en duda esta misma libertad. Un conjunto de disciplinas, agrupadas bajo el nombre de «ciencias humanas», han llamado justamente la atención sobre los condicionamientos de orden psicológico y social que pesan sobre el ejercicio de la libertad humana. El conocimiento de tales condicionamientos y la atención que se les presta son avances importantes que han encontrado aplicación en diversos ámbitos de la existencia, como por ejemplo en la pedagogía o en la administración de la justicia. Pero algunos de ellos, superando las conclusiones que se pueden sacar legítimamente de estas observaciones, han llegado a poner en duda o incluso a negar la realidad misma de la libertad humana.
Hay que recordar también algunas interpretaciones abusivas de la investigación científica en el campo de la antropología. Basándose en la gran variedad de costumbres, hábitos e instituciones presentes en la humanidad, se llega a conclusiones que, aunque no siempre niegan los valores humanos universales, sí llevan a una concepción relativista de la moral.
39. No sólo el mundo, sino también el hombre mismo ha sido confiado a su propio cuidado y responsabilidad. Dios lo ha dejado «en manos de su propio albedrío» (Si 15, 14), para que busque a su creador y alcance libremente la perfección. Alcanzar significa edificar personalmente en sí mismo esta perfección. En efecto, igual que gobernando el mundo el hombre lo configura según su inteligencia y voluntad, así realizando actos moralmente buenos, el hombre confirma, desarrolla y consolida en sí mismo la semejanza con Dios.
El Concilio, no obstante, llama la atención ante un falso concepto de autonomía de las realidades terrenas: el que considera que «las cosas creadas no dependen de Dios y que el hombre puede utilizarlas sin hacer referencia al Creador» 67. De cara al hombre, semejante concepto de autonomía produce efectos particularmente perjudiciales, asumiendo en última instancia un carácter ateo: «Pues sin el Creador la criatura se diluye... Además, por el olvido de Dios la criatura misma queda oscurecida».
40. La enseñanza del Concilio subraya, por un lado, la actividad de la razón humana cuando determina la aplicación de la ley moral: la vida moral exige la creatividad y la ingeniosidad propias de la persona, origen y causa de sus actos deliberados. Por otro lado, la razón encuentra su verdad y su autoridad en la ley eterna, que no es otra cosa que la misma sabiduría divina . La vida moral se basa, pues, en el principio de una «justa autonomía» del hombre, sujeto personal de sus actos. La ley moral proviene de Dios y en él tiene siempre su origen. En virtud de la razón natural, que deriva de la sabiduría divina, la ley moral es, al mismo tiempo, la ley propia del hombre. En efecto, la ley natural, como se ha visto, «no es otra cosa que la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios. Gracias a ella conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. Dios ha donado esta luz y esta ley en la creación». La justa autonomía de la razón práctica significa que el hombre posee en sí mismo la propia ley, recibida del Creador. Sin embargo, la autonomía de la razón no puede significar la creación, por parte de la misma razón, de los valores y de las normas morales. Si esta autonomía implicase una negación de la participación de la razón práctica en la sabiduría del Creador y Legislador divino, o bien se sugiriera una libertad creadora de las normas morales, según las contingencias históricas o las diversas sociedades y culturas, tal pretendida autonomía contradiría la enseñanza de la Iglesia sobre la verdad del hombre. Sería la muerte de la verdadera libertad: «Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque, el día que comieres de él, morirás sin remedio» (Gn 2, 17).
41. La verdadera autonomía moral del hombre no significa en absoluto el rechazo, sino la aceptación de la ley moral, del mandato de Dios: «Dios impuso al hombre este mandamiento...» (Gn 2, 16). La libertad del hombre y la ley de Dios se encuentran y están llamadas a compenetrarse entre sí, en el sentido de la libre obediencia del hombre a Dios y de la gratuita benevolencia de Dios al hombre. Y, por tanto, la obediencia a Dios no es, como algunos piensan, una heteronomía, como si la vida moral estuviese sometida a la voluntad de una omnipotencia absoluta, externa al hombre y contraria a la afirmación de su libertad. En realidad, si heteronomía de la moral significase negación de la autodeterminación del hombre o imposición de normas ajenas a su bien, tal heteronomía estaría en contradicción con la revelación de la Alianza y de la Encarnación redentora, y no sería más que una forma de alienación, contraria a la sabiduría divina y a la dignidad de la persona humana.
Algunos hablan justamente de teonomía, o de teonomía participada, porque la libre obediencia del hombre a la ley de Dios implica efectivamente que la razón y la voluntad humana participan de la sabiduría y de la providencia de Dios. Al prohibir al hombre que coma «del árbol de la ciencia del bien y del mal», Dios afirma que el hombre no tiene originariamente este «conocimiento», sino que participa de él solamente mediante la luz de la razón natural y de la revelación divina, que le manifiestan las exigencias y las llamadas de la sabiduría eterna. Por tanto, la ley debe considerarse como una expresión de la sabiduría divina. Sometiéndose a ella, la libertad se somete a la verdad de la creación. Por esto conviene reconocer en la libertad de la persona humana la imagen y cercanía de Dios, que está «presente en todos» (cf. Ef 4, 6); asimismo, conviene proclamar la majestad del Dios del universo y venerar la santidad de la ley de Dios infinitamente trascendente. Deus semper maior.
46. El presunto conflicto entre la libertad y la ley se replantea hoy con una fuerza singular en relación con la ley natural y, en particular, en relación con la naturaleza. En realidad los debates sobre naturaleza y libertad siempre han acompañado la historia de la reflexión moral, asumiendo tonos encendidos con el Renacimiento y la Reforma, como se puede observar en las enseñanzas del concilio de Trento. La época contemporánea está marcada, si bien en un sentido diferente, por una tensión análoga. El gusto de la observación empírica, los procedimientos de objetivación científica, el progreso técnico, algunas formas de liberalismo han llevado a contraponer los dos términos, como si la dialéctica -e incluso el conflicto- entre libertad y naturaleza fuera una característica estructural de la historia humana. En otras épocas parecía que la «naturaleza» sometiera totalmente el hombre a sus dinamismos e incluso a sus determinismos. Aún hoy día las coordenadas espacio-temporales del mundo sensible, las constantes físico-químicas, los dinamismos corpóreos, las pulsiones psíquicas y los condicionamientos sociales parecen a muchos como los únicos factores realmente decisivos de las realidades humanas. En este contexto, incluso los hechos morales, independientemente de su especificidad, son considerados a menudo como si fueran datos estadísticamente constatables, como comportamientos observables o explicables sólo con las categorías de los mecanismos psico-sociales. Y así algunos estudiosos de ética, que por profesión examinan los hechos y los gestos del hombre, pueden sentir la tentación de valorar su saber, e incluso sus normas de actuación, según un resultado estadístico sobre los comportamientos humanos concretos y las opiniones morales de la mayoría.
En cambio, otros moralistas, preocupados por educar en los valores, son sensibles al prestigio de la libertad, pero a menudo la conciben en oposición o contraste con la naturaleza material y biológica, sobre la que debería consolidarse progresivamente. A este respecto, diferentes concepciones coinciden en olvidar la dimensión creatural de la naturaleza y en desconocer su integridad. Para algunos, la naturaleza se reduce a material para la actuación humana y para su poder. Esta naturaleza debería ser transformada profundamente, es más, superada por la libertad, dado que constituye su límite y su negación. Para otros, es en la promoción sin límites del poder del hombre, o de su libertad, como se constituyen los valores económicos, sociales, culturales e incluso morales. Entonces la naturaleza estaría representada por todo lo que en el hombre y en el mundo se sitúa fuera de la libertad. Dicha naturaleza comprendería en primer lugar el cuerpo humano, su constitución y su dinamismo. A este aspecto físico se opondría lo que se ha construido, es decir, la cultura, como obra y producto de la libertad. La naturaleza humana, entendida así, podría reducirse y ser tratada como material biológico o social siempre disponible. Esto significa, en último término, definir la libertad por medio de sí misma y hacer de ella una instancia creadora de sí misma y de sus valores. Con ese radicalismo el hombre ni siquiera tendría naturaleza y sería para sí mismo su propio proyecto de existencia. ¡El hombre no sería nada más que su libertad!
47. En este contexto han surgido las objeciones de fisicismo y naturalismo contra la concepción tradicional de la ley natural. Ésta presentaría como leyes morales las que en sí mismas serían sólo leyes biológicas. Así, muy superficialmente, se atribuiría a algunos comportamientos humanos un carácter permanente e inmutable, y, sobre esa base, se pretendería formular normas morales universalmente válidas. Según algunos teólogos, semejante argumento biologista o naturalista estaría presente incluso en algunos documentos del Magisterio de la Iglesia, especialmente en los relativos al ámbito de la ética sexual y matrimonial. Basados en una concepción naturalística del acto sexual, se condenarían como moralmente inadmisibles la contracepción, la esterilización directa, el autoerotismo, las relaciones prematrimoniales, las relaciones homosexuales, así como la fecundación artificial. Ahora bien, según el parecer de estos teólogos, la valoración moralmente negativa de tales actos no consideraría de manera adecuada el carácter racional y libre del hombre, ni el condicionamiento cultural de cada norma moral. Ellos dicen que el hombre, como ser racional, no sólo puede, sino que incluso debe decidir libremente el sentido de sus comportamientos. Este decidir el sentido debería tener en cuenta, obviamente, los múltiples límites del ser humano, que tiene una condición corpórea e histórica. Además, debería considerar los modelos de comportamiento y el significado que éstos tienen en una cultura determinada. Y, sobre todo, debería respetar el mandamiento fundamental del amor a Dios y al prójimo. Afirman también que, sin embargo, Dios ha creado al hombre como ser racionalmente libre; lo ha dejado «en manos de su propio albedrío» y de él espera una propia y racional formación de su vida. El amor al prójimo significaría sobre todo o exclusivamente un respeto a su libre decisión sobre sí mismo. Los mecanismos de los comportamientos propios del hombre, así como las llamadas inclinaciones naturales, establecerían al máximo -como suele decirse- una orientación general del comportamiento correcto, pero no podrían determinar la valoración moral de cada acto humano, tan complejo desde el punto de vista de las situaciones.
48. Ante esta interpretación conviene mirar con atención la recta relación que hay entre libertad y naturaleza humana, y, en concreto, el lugar que tiene el cuerpo humano en las cuestiones de la ley natural.
Una libertad que pretenda ser absoluta acaba por tratar el cuerpo humano como un ser en bruto, desprovisto de significado y de valores morales hasta que ella no lo revista de su proyecto. Por lo cual, la naturaleza humana y el cuerpo aparecen como unos presupuestos o preliminares, materialmente necesarios para la decisión de la libertad, pero extrínsecos a la persona, al sujeto y al acto humano. Sus dinamismos no podrían constituir puntos de referencia para la opción moral, desde el momento que las finalidades de esas inclinaciones serían sólo bienes «físicos», llamados por algunos premorales. Hacer referencia a los mismos, para buscar indicaciones racionales sobre el orden de la moralidad, debería ser tachado de fisicismo o de biologismo. En semejante contexto la tensión entre la libertad y una naturaleza concebida en sentido reductivo se resuelve con una división dentro del hombre mismo.
Esta teoría moral no está conforme con la verdad sobre el hombre y sobre su libertad. Contradice las enseñanzas de la Iglesia sobre la unidad del ser humano, cuya alma racional es «per se et essentialiter» la forma del cuerpo. El alma espiritual e inmortal es el principio de unidad del ser humano, es aquello por lo cual éste existe como un todo —«corpore et anima unus» — en cuanto persona. Estas definiciones no indican solamente que el cuerpo, para el cual ha sido prometida la resurrección, participará también de la gloria; recuerdan, igualmente, el vínculo de la razón y de la libre voluntad con todas las facultades corpóreas y sensibles. La persona —incluido el cuerpo— está confiada enteramente a sí misma, y es en la unidad de alma y cuerpo donde ella es el sujeto de sus propios actos morales. La persona, mediante la luz de la razón y la ayuda de la virtud, descubre en su cuerpo los signos precursores, la expresión y la promesa del don de sí misma, según el sabio designio del Creador. Es a la luz de la dignidad de la persona humana —que debe afirmarse por sí misma— como la razón descubre el valor moral específico de algunos bienes a los que la persona se siente naturalmente inclinada. Y desde el momento en que la persona humana no puede reducirse a una libertad que se autoproyecta, sino que comporta una determinada estructura espiritual y corpórea, la exigencia moral originaria de amar y respetar a la persona como un fin y nunca como un simple medio, implica también, intrínsecamente, el respeto de algunos bienes fundamentales, sin el cual se caería en el relativismo y en el arbitrio.
49. Una doctrina que separe el acto moral de las dimensiones corpóreas de su ejercicio es contraria a las enseñanzas de la sagrada Escritura y de la Tradición. Tal doctrina hace revivir, bajo nuevas formas, algunos viejos errores combatidos siempre por la Iglesia, porque reducen la persona humana a una libertad espiritual, puramente formal. Esta reducción ignora el significado moral del cuerpo y de sus comportamientos (cf. 1 Co 6, 19). El apóstol Pablo declara excluidos del reino de los cielos a los «impuros, idólatras, adúlteros, afeminados, homosexuales, ladrones, avaros, borrachos, ultrajadores y rapaces» (cf. 1 Co 6, 9-10). Esta condena —citada por el concilio de Trento — enumera como pecados mortales, o prácticas infames, algunos comportamientos específicos cuya voluntaria aceptación impide a los creyentes tener parte en la herencia prometida. En efecto, cuerpo y alma son inseparables: en la persona, en el agente voluntario y en el acto deliberado, están o se pierden juntos.
50. Es así como se puede comprender el verdadero significado de la ley natural, la cual se refiere a la naturaleza propia y originaria del hombre, a la «naturaleza de la persona humana» , que es la persona misma en la unidad de alma y cuerpo; en la unidad de sus inclinaciones de orden espiritual y biológico, así como de todas las demás características específicas, necesarias para alcanzar su fin. «La ley moral natural evidencia y prescribe las finalidades, los derechos y los deberes, fundamentados en la naturaleza corporal y espiritual de la persona humana. Esa ley no puede entenderse como una normatividad simplemente biológica, sino que ha de ser concebida como el orden racional por el que el hombre es llamado por el Creador a dirigir y regular su vida y sus actos y, más concretamente, a usar y disponer del propio cuerpo» 90. Por ejemplo, el origen y el fundamento del deber de respetar absolutamente la vida humana están en la dignidad propia de la persona y no simplemente en el instinto natural de conservar la propia vida física. De este modo, la vida humana, por ser un bien fundamental del hombre, adquiere un significado moral en relación con el bien de la persona que siempre debe ser afirmada por sí misma: mientras siempre es moralmente ilícito matar un ser humano inocente, puede ser lícito, loable e incluso obligatorio dar la propia vida (cf. Jn 15, 13) por amor al prójimo o para dar testimonio de la verdad. En realidad sólo con referencia a la persona humana en su «totalidad unificada», es decir, «alma que se expresa en el cuerpo informado por un espíritu inmortal» , se puede entender el significado específicamente humano del cuerpo. En efecto, las inclinaciones naturales tienen una importancia moral sólo cuando se refieren a la persona humana y a su realización auténtica, la cual se verifica siempre y solamente en la naturaleza humana. La Iglesia, al rechazar las manipulaciones de la corporeidad que alteran su significado humano, sirve al hombre y le indica el camino del amor verdadero, único medio para poder encontrar al verdadero Dios.
La ley natural, así entendida, no deja espacio de división entre libertad y naturaleza. En efecto, éstas están armónicamente relacionadas entre sí e íntima y mutuamente aliadas.
TEXTO COMENTARIO DE TEXTO
Porque existe la verdad y porque el ser humano está hecho para encontrarla en libertad responsable es posible igualmente asentar la vida personal y colectiva en un conjunto de certezas sobre el ser y el sentido de la vida y actuar del hombre. Al cristiano le es inherente, como a cualquier otro, la condición itinerante. No tiene un plano topográficamente exacto del terreno, pero cuenta con una brújula que orienta su itinerario y le ayuda a elegir en las encrucijadas. Los cristianos con esperanzada certidumbre, caminan en la verdad (cfr. 3 Jn,4) hacia el término de su peregrinación, a la vez que comparten con sus prójimos las inseguridades de la historia y los riesgos y oscuridades del destino común de la humanidad.
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La verdad os hará libres, 35
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La verdad os hará libres, n. 22
Domina la persuasión de que no hay verdades absolutas, de que toda verdad es contingente y revisable y de que toda certeza es síntoma de inmadurez y dogmatismo. De esta persuasión fácilmente puede deducirse que tampoco hay valores que merezcan adhesión incondicional y permanente. La tolerancia se toma, en este contexto, no como el obligado respeto a la conciencia y a las convicciones ajenas, sino como la indiferencia relativista que cotiza a la baja todo asomo de convicción personal o colectiva.
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La verdad os hará libres, n. 22
Centesimus annus 42
El valor de la libertad, como expresión de la singularidad de cada persona humana, es respetado cuando a cada miembro de la sociedad le es permitido realizar su propia vocación personal; es decir, puede buscar la verdad y profesar las propias ideas religiosas, culturales y políticas; expresar sus propias opiniones; decidir su propio estado de vida y, dentro de lo posible, el propio trabajo; asumir iniciativas de carácter económico, social y político. Todo ello debe realizarse en el marco de un « sólido contexto jurídico », dentro de los límites del bien común y del orden público y, en todos los casos, bajo el signo de la responsabilidad.
Centesimus annus 42
TEXTO COMENTARIO DE TEXTO
Compendio de la doctrina social de la Iglesia
200 El valor de la libertad, como expresión de la singularidad de cada persona humana, es respetado cuando a cada miembro de la sociedad le es permitido realizar su propia vocación personal; es decir, puede buscar la verdad y profesar las propias ideas religiosas, culturales y políticas; expresar sus propias opiniones; decidir su propio estado de vida y, dentro de lo posible, el propio trabajo; asumir iniciativas de carácter económico, social y político. Todo ello debe realizarse en el marco de un « sólido contexto jurídico », dentro de los límites del bien común y del orden público y, en todos los casos, bajo el signo de la responsabilidad.
Centesimus annus, 42
La libertad, por otra parte, debe ejercerse también como capacidad de rechazar lo que es moralmente negativo, cualquiera que sea la forma en que se presente, como capacidad de desapego efectivo de todo lo que puede obstaculizar el crecimiento personal, familiar y social. La plenitud de la libertad consiste en la capacidad de disponer de sí mismo con vistas al auténtico bien, en el horizonte del bien común universal.
Centesimus annus, 17
Catecismo de la Iglesia Católica 1889
En este camino es necesaria la gracia, que Dios ofrece al hombre para ayudarlo a superar sus fracasos, para arrancarlo de la espiral de la mentira y de la violencia, para sostenerlo y animarlo a volver a tejer, con renovada disponibilidad, una red de relaciones auténticas y sinceras con sus semejantes.
Catecismo de la Iglesia Católica 1889
Gaudium et spes 28
Según la enseñanza conciliar, «quienes sienten u obran de modo distinto al nuestro en materia social, política e incluso religiosa, deben ser también objeto de nuestro respeto y amor. Cuanto más humana y caritativa sea nuestra comprensión íntima de su manera de sentir, mayor será la facilidad para establecer con ellos el diálogo».
Gaudium et spes 28
TEXTO COMENTARIO DE TEXTO
Compendio de la doctrina social de la Iglesia.
43 No es posible amar al prójimo como a sí mismo y perseverar en esta actitud, sin la firme y constante determinación de esforzarse por lograr el bien de todos y de cada uno, porque todos somos verdaderamente responsables de todos.
Sollicitudo rei socialis, 38
Según la enseñanza conciliar, «quienes sienten u obran de modo distinto al nuestro en materia social, política e incluso religiosa, deben ser también objeto de nuestro respeto y amor. Cuanto más humana y caritativa sea nuestra comprensión íntima de su manera de sentir, mayor será la facilidad para establecer con ellos el diálogo».
Gaudium et spes, 28
En este camino es necesaria la gracia, que Dios ofrece al hombre para ayudarlo a superar sus fracasos, para arrancarlo de la espiral de la mentira y de la violencia, para sostenerlo y animarlo a volver a tejer, con renovada disponibilidad, una red de relaciones auténticas y sinceras con sus semejantes.
Catecismo de la Iglesia Católica, 1889
Centesimus annus 24
Una correcta antropología es el criterio que ilumina y verifica las diversas formas culturales históricas. El compromiso del cristiano en ámbito cultural se opone a todas las visiones reductivas e ideológicas del hombre y de la vida. El dinamismo de apertura a la verdad está garantizado ante todo por el hecho que « las culturas de las diversas Naciones son, en el fondo, otras tantas maneras diversas de plantear la pregunta acerca del sentido de la existencia personal ».
Centesimus annus 24
TEXTO COMENTARIO DE TEXTO
Compendio doctrina social de la Iglesia
558 El segundo desafío para el compromiso del cristiano laico se refiere al contenido de la cultura, es decir, a la verdad. La cuestión de la verdad es esencial para la cultura, porque todos los hombres tienen « el deber de conservar la estructura de toda la persona humana, en la que destacan los valores de la inteligencia, voluntad, conciencia y fraternidad ».
Gaudium et spes, 61
Una correcta antropología es el criterio que ilumina y verifica las diversas formas culturales históricas. El compromiso del cristiano en ámbito cultural se opone a todas las visiones reductivas e ideológicas del hombre y de la vida. El dinamismo de apertura a la verdad está garantizado ante todo por el hecho que « las culturas de las diversas Naciones son, en el fondo, otras tantas maneras diversas de plantear la pregunta acerca del sentido de la existencia personal ».
Centesimus annus, 24
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